viernes, 1 de marzo de 2013

Carta a un vegetariano

Estimado comepastos:

                                  Ante todo, quiero aprovechar la ocasión para felicitarte por la convicción y fuerza de voluntad que rigen tu vida. Luchás a diario, con garras y dientes, en contra de la naturaleza del hombre. Verás, los que no somos como vos no comemos carne por elección, comemos carne porque hay que comer carne.

                                 Seguramente tu escroto presenta ideación suicida cada vez que escuchas el viejo y nunca bien ponderado argumento de "si te tiran en la selva, el leon te morfa y le chupa un huevo". De la misma manera, mi testículos piden la eutanasia cada vez que retrucás "el león no es racional, actúa por instinto". Procedo a explicar mi punto. Nosotros, aunque hoy seamos animales racionales, como bien dijo Aristóteles muy drogado alguna vez, no siempe lo fuimos. O no siempre manejamos el mismo grado de raciocinio que hoy en día.

                                   Hace unos cuantos millones de años, el hombre primitivo empezó a comer carne por instinto (de la misma manera que el leoncito). Después se paró sobre sus piernas, se hizo un hermoso taparrabos, inventó la rueda, el auto, la Xbox 720, todo re lindo...pero se mantuvo comiendo carne, a pesar de haber evolucionado. ¿Por qué? ¿Porque es barato? ¿Porque tiene buen sabor? ¿Porque abunda en la naturaleza? ¿Por sadismo? No. Por FI LO GE NIA. Heredamos del hombre primitivo filogenéticamente la dieta omnívora. Comer carne en la medida justa es sano, la propia naturaleza te lo está demostrando. Podés justificar tres millones de dietas a base de vegetales y va a seguir siendo natural comer carne. Fin de la cuestión.

                                  Espero no me malinterpretes. No es mi intención atacar a tu dieta. Cada uno es dueño de fagocitar lo que su lírica genital disponga. Y por este motivo, justamente, aprovecho la ocasión para implorarte que abandones tu inútil misión de inculcarme culpa. Siento por la vaca empanizada y frita que en este preciso momento reposa en mi plato rodeada de puré la misma culpa que siente el leoncito de National Geographic cuando descuartiza a la pobre cebra, que seguramente tenía familia.
                                 
                                  Ignorando tu estandarizado y mediocre discurso, cada noche, cuando apoyo la cabeza en la amohada, sé que no soy peor persona por no sentir culpa mientras mastico un churrasco de lomo a punto y bien sazonado.

                                  Agradecería de todo corazón que empezaras a dar tu opinión sólo cuando te la requiera, porque aunque tus palabras no surtan efecto en mi cerebro, si lo hacen en mi entrepierna. En otras palabras, evitando formalismos innecesarios, me tenés las pelotas como dos sifones de soda. Luchá contra la naturaleza todo lo que quieras, cuestioná a Darwin con tu título secundario en curso si eso te hace felíz, pero dejame comer carne en paz. Es lo único que te pido, y el principal impulsor de la presente.

                                 Casi despidiéndome, quisiera dejar algo en claro. No existe tal cosa como milanesa de berenjenas o hamburguesa de lentejas. Cuando vos llegaste al mundo, esos nombres ya se usaban para referirse a pedazos de animal condimentados y cocidos. Llegaste tarde, es un garrón. Buscate otra palabra. Si no sufrió, no es milanesa.

                               Por último, es mi más sincero deseo que esta carta no afecte la buena relación que hasta el día de hoy llevamos, ya que, aunque seas vegetariano y te encante contárselo con el pecho inflado de orgullo a quien nada te pregunta, sos un buen pibe.

                               Sin más, te mando un afectuoso saludo y mis mejores augurios.

                               Atte.
                               Nicolás.

                               PD: No vives de ensalada.